viernes, 2 de mayo de 2025

Confesar su misericordia al reconocer mi miseria.

Confesar su misericordia al reconocer mi miseria 

El lenguaje popular indica con esta palabra el acto por el cual el fiel declara sus pecados al presbítero y este lo absuelve, haciendo efectivo el perdón de Dios. 

Hasta el siglo V d. C. existía una forma de confesión, solo para los pecados graves, que se realizaba ante la comunidad e iniciaba un camino de penitencia que podía durar incluso meses, al final del cual el Obispo readmitía al pecador en la comunidad. La forma actual de confesión individual surgió en el siglo VI, en los monasterios irlandeses, cuando el abad recibía la confesión de los pecados de cada monje, como acto de humildad y petición de perdón por haber quebrantado la unidad de la comunidad monástica. 

Ambas raíces históricas subrayaban la dimensión comunitaria del perdón de los pecados: era la comunidad, en la figura del Obispo y del abad, la que acogía de nuevo al pecador y restauraba la herida infligida por el pecado a la unidad de esta. 

Solo después de 1200, aproximadamente, esta forma de confesión adquiere un mayor valor teológico y comienza a subrayar la dimensión espiritual del perdón en relación con Dios: es Él quien acoge al pecador, restaurando la relación quebrantada por la ofensa que le ha infligido el pecado. Y de ahí surge la idea de que solo a través del gesto sacramental de la confesión Dios perdona los pecados del pecador, convirtiendo este sacramento en «indispensable» para la reconciliación. 

En realidad, el perdón de Dios se adelanta a la petición de reconciliación del pecador, y cuando este se decide a confesarse, Dios ya ha concedido su perdón. Por lo tanto, ¿qué sentido tiene hoy la confesión? 

En cada sacramento vivido en la fe, sabemos con certeza que Dios actúa realmente y toca concretamente el corazón del hombre. Cuando con esta convicción decidimos confesarnos, Dios ya está obrando en nosotros y, junto con nuestra libertad, hace nacer en nosotros la contrición del corazón, es decir, el arrepentimiento. 

En este punto, confesar nuestros pecados a un presbítero sirve para mostrar que aceptamos el perdón de Dios y tenemos la certeza de que ese perdón nos ha alcanzado «realmente» y «plenamente». Estos dos adverbios son muy importantes. 

En primer lugar, «realmente». A través de un gesto concreto del presbítero, tengo la garantía de ese perdón, de modo que no puedo engañarme a mí mismo pensando que me he perdonado a mí mismo. Sin este acto, siempre podría tener la duda de que la puerta de mi corazón no se ha vuelto a abrir realmente y que me lo he «contado» a mí mismo. 

La alteridad del presbítero, el hecho de que él sea otro, me «re-presenta» en vivo el acto con el que Dios me perdona. Esto se convierte realmente en mi certeza de que lo he aceptado y de que he sido verdaderamente perdonado. 

Pero, al mismo tiempo, también sé que el perdón me ha llegado «plenamente». Vivimos siempre en el tiempo y, como en toda relación de amor, también la reconciliación tiene diferentes etapas y gestos. La confesión es el punto culminante de este proceso, porque ese gesto y esas palabras, que son la presencia concreta de Dios para mí en ese momento, se encuentran con mi contrición de corazón y se realiza el contacto de amor entre Dios y yo, que restablece la relación. En este punto, el perdón es «pleno». 

Esto desplaza el acento de la confesión, de un acto reparador necesario para obtener el perdón, al momento culminante de un encuentro de amor terapéutico que no solo borra mi pecado, sino que aumenta mi experiencia del amor gratuito de Dios por mí. Y por eso se convierte también en fuente de un nuevo impulso de amor para creer más y confiar más en Dios. 

Si la confesión es un encuentro de amor entre nosotros y Dios, también tiene sentido cuando se celebra en comunidad, sin la enumeración individual de los pecados, como puede ocurrir en casos excepcionales, precisamente para subrayar que no se trata de una sesión judicial en la que, de manera puntual, debe restablecerse la balanza de la justicia, sino para hacer visible nuestra aceptación de su perdón infinito. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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