Educar la belleza
A veces uno puede sentirse como el antiguo profeta: «Voz que clama en el desierto». ¿Qué sentido tiene gritar en el desierto? Ninguno, solo lo hacen los locos, los ilusos y, precisamente, los profetas, que gritan porque no pueden dejar de hacerlo, aunque sea solo a la arena y al viento, porque sienten con angustia que se acerca el peligro y una voz incontenible les empuja a tomar la palabra.
Hoy estamos en peligro. Quizás nunca como en este momento las almas han estado en peligro. En otras épocas eran los cuerpos, ahora son las almas: en peligro mortal de ser reducidas a «almas muertas», tal y como las describe Nikolái Gogol en su inolvidable novela...
¿Qué grita el profeta a las almas en el desierto humano que nos rodea?
Grita que en este mundo que pasa y al pasar lo consume todo; en este mundo que ahora hace reír, ahora gemir de dolor hasta desear no existir más; en este mundo escenario del ser y de la nada, no hay nada más grande que la inteligencia que se pone al servicio del bien.
Si hay una dimensión en la que es posible, no digo superar, pero al menos soportar, el flujo despiadado e inexorable de los seres vivos que nacen, crecen, envejecen, enferman y mueren, todos necesariamente encadenados por el ansia de comida y de orgasmo y de un lugar en el escenario para poder ser alguien, esa dimensión es la inteligencia al servicio del bien. Es la única liberación posible: quien comprende y hace el bien se libera al menos un poco de la cadena; quien no, no, permanece encadenado.
Si quisiera sintetizar en una fórmula la única liberación posible, hablaría de la bondad de la inteligencia.
Rara vez se dan ambas cosas juntas, la mayoría de las veces hay hombres buenos pero poco inteligentes, por lo que su bondad parece no ser más que debilidad, como pensaba Nietzsche; o hay hombres dotados de inteligencia pero sin el menor escrúpulo en utilizarla para esclavizar y humillar, y que se estremecen solo ante la idea de poder pasar por buenos.
Por el contrario, yo creo que la bondad que desea la luz de la inteligencia y la inteligencia que desea el calor del bien, la unión armoniosa de estas dos dimensiones es la cima a la que puede llegar la vida de un ser humano.
He conocido a hombres y mujeres así, hablo por experiencia personal, he podido tocar con mis propios dedos la gracia que los impregnaba, mientras sentía resonar en mi interior el versículo del salmo: «Por los santos que están en la tierra, hombres nobles, es todo mi amor».
¿A quién va dirigido nuestro amor? No me refiero al amor como sentimiento absoluto del corazón, que es algo irracional y nos hace amar a una persona por quién sabe qué misteriosa razón; no me refiero al amor como fuerza biológica que nos hace amar a nuestros hijos, a nuestros padres y a nuestra familia; no, me refiero al amor como devoción de la mente, como luz del alma, como ideal supremo por el que vivir. ¿A quién va dirigido vuestro amor?
Creo poder responder a la pregunta sobre el amor intelectual que impregna la mente de tantas personas: amar la inteligencia que sirve al bien y que, de este modo, produce belleza.
La belleza no es solo exterioridad. Al contrario, las personas que solo cuidan la exterioridad y descuidan la interioridad hasta marchitarla y secarla transmiten una belleza artificial, fría, falsa.
Podría citar algunos nombres de personas muy bellas cuya alma está muerta y cuya belleza resulta vana y vacía, pero no es importante. La verdadera belleza de un ser humano no puede prescindir de la inteligencia y la generosidad, del misterio que nos envuelve y que se llama conciencia; en particular, la conciencia moral.
Lo entendieron perfectamente los mayores amantes de la belleza que ha conocido la historia, los antiguos griegos, para quienes kalòs, «bello», era al mismo tiempo agathós, «bueno», recto, justo, laborioso.
Hoy en día, el concepto que une en armonía el bien y la belleza está completamente abandonado, hoy para ser bello hay que ser ganador y para ser ganador hay que ser, tantas veces, malo.
Éste podría ser uno de los objetivos fundamentales de la educación: educar la conciencia moral de las personas a través del cuidado de la belleza. De tal manera que las personas, siendo educadas en la verdadera belleza, sean educadas en la inteligencia que sirve y construye el bien común. Hoy el mundo lo necesita.
P.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario