La encarnación como plenitud
El tiempo litúrgico de Adviento nos invita a reflexionar sobre el misterio de la encarnación. Al preparar fiestas, árboles, belenes y regalos, corremos el riesgo de dar por sentada la celebración de la Navidad del Señor. Quizás no somos muy conscientes del alcance de lo que creemos.
¿Qué sentido tiene, para el creyente, decir que «Dios se hizo carne y puso su tienda entre nosotros»?
¿La encarnación y el nacimiento de Jesús están ligados únicamente a nuestra necesidad de redención? Y si no hubiera habido pecado original, ¿Dios se habría hecho hombre de todos modos?
No soy el único que se hace estas preguntas... Estoy en buena compañía: Duns Scoto y el Papa Benedicto XVI. Y tomo como punto de partida una nota que me hice sobre una catequesis del Papa Benedicto XVI, en la que cita al filósofo y teólogo medieval Duns Scoto (1266-1308).
Sobre el misterio de la encarnación, Duns Scoto dice: «Pensar que Dios habría renunciado a tal obra [la encarnación] si Adán no hubiera pecado sería completamente irracional. Digo, pues, que la caída no fue la causa de la predestinación de Cristo, y que, aunque nadie hubiera caído, ni el ángel ni el hombre, en esta hipótesis Cristo habría sido predestinado de la misma manera» (Duns Escoto, Reportata Parisiensia in III Sent., d. 7, 4).
Reflexionando sobre ello, lo que afirma Duns Scoto aquí es fuerte, pero también hermoso y liberador.
Una reflexión teológica, a su manera, sobre el prólogo de Juan. Sin negar la realidad del pecado y del mal (para ello basta con mirar a nuestro alrededor) ni la necesidad que tiene la humanidad de la redención, no reduce el misterio de la encarnación a esto, no aplana la extraordinaria idea de Dios que quiere relacionarse con el ser humano de manera directa, llevando al ser humano a su plenitud en Cristo.
El Papa Benedicto XVI lo expresa así: «Este pensamiento, quizá un poco sorprendente, nace porque para Duns Escoto la encarnación del Hijo de Dios, proyectada desde la eternidad por Dios Padre en su plan de amor, es la culminación de la creación y hace posible que toda criatura, en Cristo y por medio de Él, sea colmada de gracia y dé alabanza y gloria a Dios en la eternidad. Duns Scoto, aunque consciente de que, en realidad, debido al pecado original, Cristo nos redimió con su Pasión, Muerte y Resurrección, reitera que la Encarnación es la obra más grande y más bella de toda la historia de la salvación, y que no está condicionada por ningún hecho contingente, sino que es la idea original de Dios de unir finalmente toda la creación consigo mismo en la persona y en la carne de su Hijo» (Benedicto XVI, Audiencia General, 7 de julio de 2010).
Cabe señalar que, en el pensamiento de Duns Escoto, la redención existe (y es necesaria), pero está subordinada a la encarnación. Dios se habría hecho hombre de todos modos, porque no es solo para redimirnos por lo que Dios vino a habitar entre nosotros. Llevar a la humanidad a su plenitud no es solo una cuestión de redención.
A este respecto, podríamos recordar la enseñanza de San Atanasio sobre la encarnación, donde afirma que el Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros nos convirtiéramos en Dios («αὐτὸς γὰρ ἐνηνθώπησεν, ἵνα ἡμεῖς θεοποιηθῶμεν», De Incarnatione 53,4).
Leída desde esta perspectiva, la encarnación se enriquece. Deteniéndonos entonces ante el belén, contemplando este misterio, podríamos preguntarnos:
a.- ¿Qué
significa para mí, es decir, en la realidad concreta de mi vida, que «Dios se
hizo carne y puso su tienda entre nosotros»?
b.- ¿Qué
dignidad reconozco en mi humanidad (¡a pesar de mis muchas limitaciones!) si
Dios mismo no se hizo carne?
c.- ¿Cómo me
siento llamado a vivir mi humanidad en plenitud, a imagen y semejanza de Dios?
d.- ¿Qué valor
tiene para mí la dignidad de toda la creación, porque es querida por Dios?
e.- ¿Qué
responsabilidades se derivan de ello?
f.- ¿En qué aspectos siento que aún necesito crecer? ¿O ser perdonado? ¿O ser redimido?
Reflexionando sobre esto, podemos pedir la gracia, haciendo nuestra la oración de San Ricardo de Chichester: Oh Redentor de infinita misericordia, amigo y hermano, que pueda CONOCERTE más claramente, AMARTE más profundamente y SEGUIRTE más de cerca.
P.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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